Te sentaste justo al borde del sofá,
como si algo allí te fuera a morder.
Dijiste: "Hay cosas que tenemos que aprender:
yo a mentir, y tú a decirme la verdad;
yo a ser fuerte y tú a mostrar debilidad;
tú a morir y yo a matar".
Y después se hizo el silencio, y el silencio fue a parar
a una especie de pesada y repartida soledad.
Y la soledad dio paso a un terror que hacia el final
nos mostró un mundo del que ninguno quisimos hablar.
Y así eran nuestras noches, y así era nuestro amor:
comenzaba en el silencio, continuaba en el terror,
y otra vez de allí al silencio. Dime, ¿para qué hablar
de lo que pudo haber sido y lo que jamás será,
tratando de adivinar qué fue eso que hicimos tan mal?;
si, en fin, se trata de morir o de matar.
Así que si aún andas por aquí
y alguien vuelve a prometerte amor,
con dinero, encanto y alguna canción,
por favor, prepárate para huir.
Vete lejos y limítate a observar
esta escena tan vulgar:
Conoció a unas cien mujeres y a cincuenta enamoró;
conoció a otros tantos hombres y con tantos se acostó.
Y fundió todo el dinero, y la gente se cansó
de escuchar noche tras noche la misma triste canción.
Y ahora ve que el universo es un lugar vacío y cruel,
cuando no hay nada mayor que su necesidad en él.
Y encendiendo un cigarrillo se comienza a torturar,
y habrá cerca alguien gritándole "¡hágase tu voluntad!",
y él: "la culpa solo en parte es mía y en parte lo es de los demás;
de lo que se trata es de morir o de matar,
de morir o matar".
Fue aquella gitana que nos leyó el porvenir.
Dijo "uno es el asesino y el otro es el que va a morir".
Y salimos de allí,
y me miraste asustada, y el miedo sonó en tu voz:
"antes de que tú me mates prefiero matarme yo".
Y emprendiste así tu huida, y yo corrí a mi habituación,
y mezclé en una cuchara el polvo blanco y el marrón.
Y con la sangre aún resbalando te llamé desde ese hotel:
"por favor, entiende que algo no funciona en mí muy bien".
Y al otro lado te oí llorar, y yo seguí, y no colgué,
y me suplicaste "déjame de una vez,
déjame de una vez".
Y tus párpados cayendo se me antojan guillotinas,
y te observaré durmiendo y me pondré a susurrar:
"Nuestras almas no conocen el reposo, vida mía,
pero, si hay algo que es cierto,
es que te quiero un mundo entero
con su belleza y su fealdad.
¿Por qué no puedes aceptar que esto no se trata más
que, amor mío, de morir o de matar,
de morir o matar?".
Moriré, moriré, moriré...
Moriré, moriré, y es lo único que sé.
Moriré, moriré...
Moriré, y cuando lo haga,
al fin ya nada va a impedirme descansar,
y así obtendré la santa paz que en vida no gocé jamás,
pues hasta morir la única opción
siempre es matar,
siempre matar
como si algo allí te fuera a morder.
Dijiste: "Hay cosas que tenemos que aprender:
yo a mentir, y tú a decirme la verdad;
yo a ser fuerte y tú a mostrar debilidad;
tú a morir y yo a matar".
Y después se hizo el silencio, y el silencio fue a parar
a una especie de pesada y repartida soledad.
Y la soledad dio paso a un terror que hacia el final
nos mostró un mundo del que ninguno quisimos hablar.
Y así eran nuestras noches, y así era nuestro amor:
comenzaba en el silencio, continuaba en el terror,
y otra vez de allí al silencio. Dime, ¿para qué hablar
de lo que pudo haber sido y lo que jamás será,
tratando de adivinar qué fue eso que hicimos tan mal?;
si, en fin, se trata de morir o de matar.
Así que si aún andas por aquí
y alguien vuelve a prometerte amor,
con dinero, encanto y alguna canción,
por favor, prepárate para huir.
Vete lejos y limítate a observar
esta escena tan vulgar:
Conoció a unas cien mujeres y a cincuenta enamoró;
conoció a otros tantos hombres y con tantos se acostó.
Y fundió todo el dinero, y la gente se cansó
de escuchar noche tras noche la misma triste canción.
Y ahora ve que el universo es un lugar vacío y cruel,
cuando no hay nada mayor que su necesidad en él.
Y encendiendo un cigarrillo se comienza a torturar,
y habrá cerca alguien gritándole "¡hágase tu voluntad!",
y él: "la culpa solo en parte es mía y en parte lo es de los demás;
de lo que se trata es de morir o de matar,
de morir o matar".
Fue aquella gitana que nos leyó el porvenir.
Dijo "uno es el asesino y el otro es el que va a morir".
Y salimos de allí,
y me miraste asustada, y el miedo sonó en tu voz:
"antes de que tú me mates prefiero matarme yo".
Y emprendiste así tu huida, y yo corrí a mi habituación,
y mezclé en una cuchara el polvo blanco y el marrón.
Y con la sangre aún resbalando te llamé desde ese hotel:
"por favor, entiende que algo no funciona en mí muy bien".
Y al otro lado te oí llorar, y yo seguí, y no colgué,
y me suplicaste "déjame de una vez,
déjame de una vez".
Y tus párpados cayendo se me antojan guillotinas,
y te observaré durmiendo y me pondré a susurrar:
"Nuestras almas no conocen el reposo, vida mía,
pero, si hay algo que es cierto,
es que te quiero un mundo entero
con su belleza y su fealdad.
¿Por qué no puedes aceptar que esto no se trata más
que, amor mío, de morir o de matar,
de morir o matar?".
Moriré, moriré, moriré...
Moriré, moriré, y es lo único que sé.
Moriré, moriré...
Moriré, y cuando lo haga,
al fin ya nada va a impedirme descansar,
y así obtendré la santa paz que en vida no gocé jamás,
pues hasta morir la única opción
siempre es matar,
siempre matar
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